Cuando uno llega a esa provecta edad en la que ya no puede estar en el detalle de los gustos y aficiones de su extensa prole, a esa edad en la que uno pierde la habilidad para ponerse con aplomo el traje de Rey Mago, antes de que los nietos empiecen a 'descubrir' que los Reyes son los padres, uno tiene la oportunidad de encontrarse con un descubrimiento inesperado: Los Reyes, los mejores Reyes son los hijos.
Me explico: el pasado 6 de enero el whatsapp y después una llamada de mi hija mayor, me informaban de que Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente me habían dejado en Madrid, por encargo de mis tres hijos mayores unas entradas para asistir a los conciertos del memorial Morente+Morente programados para homenajear al genio granaíno del Albayzin tres años después de su muerte.
Nunca agradeceré bastante a sus majestades de oriente el regalo que me han traído este año. Y eso que mis obligaciones laborales me han impedido asistir a los conciertos y han obligado a mis hijos a buscar a última hora candidatos para no dejar vacío el asiento que me habían reservado.
Pero es que el auténtico regalo no ha consistido en que mis hijos recordasen mi afición por Morente, sino en que hayan querido compartir conmigo su propia afición, su pasión recién descubierta por los cantes de Enrique y por el extenso abanico musical que el maestro supo desplegar en vida.
Ayer no pude estar en concierto, pero en cuanto acabé mi clase me fui a hulismear en el facebook para buscar, impaciente, noticias sobre el evento. No tardaron en aparecer en el muro de mi hijo las primeras muestras de contenido entusiasmo de su parte y las primeras fotos...
No pude dejar de recordar aquellos años en los que yo me veía impelido a contemplar como espectador distante los gustos musicales cambiantes de mis hijos, aquellos años de letras en inglés, para mi ininteligibles, aquellos años que me llevaron ocasionalmente a peregrinar a algún pueblo cercano para que pudiesen ver a Dover, o me decidía, preocupado, a prestarles el coche para que cruzasen la península en peregrinación a los Pirineos al ¿Festival de Vaca?... Algo así creo que se llamaba.
Eran los años en que aprovechando un anuncio en televisión de no me acuerdo qué producto, chinchaba a mi hijo cuando iba a coger una lonchita de jamón con aquello de " chistt... tu, hamburguesa"
En esos pensamientos estaba, cuando ha aparecido, hace un par de horas, un nuevo post en el muro de Arturo. El que yo esperaba: el enlace al podcast del concierto.
Y aquí estoy , amorentando y amorentado, gerundio y participio de ese verbo sublime acuñado por Javier Ruibal, escuchando el concierto, dejándome envolver por la Aurora de Nueva York en las voces de Bebe y Soleá Morente. Disfrutando, en diferido, pero sin ninguna simulación, , de mi regalo de Reyes. Un magnifico regalo de Reyes que no tengo inconveniente en compartir con todos:
Corría el año de 1978. El 4 de octubre se daba fin a la grabación del disco de Carlos Cano titulado "Cronicas Granadinas". No era una improvisación. Ese disco lo llevaba gestando Carlos desde 1968-69. Tenía, por tanto, un proceso de elaboración y maduración que duraba ya una década. Cuando ese disco irrumpe en el mercado, en Granada no hay alminares salvo aquellos que han logrado subsistir disfrazados de campanarios. En Granada no hay en esas fechas almuédanos que llamen a la oración. En la Granada de 1978 no se habla árabe en la calle. Pero el disco de Carlos Cano arranca con un Canto del amanecer, que es un canto de muecin, una llamada a la oración cantada en árabe.
Suele presentarse este disco como una indagación sobre el pasado...
Pero las propias palabras de Carlos, escritas para presentarlo, lo desmienten:
Para ti, estas crónicas granadinas que son del corazón, buscando por el tiempo perdido la luz que le dio vida y desde el desencanto de los día presentes. Para ti, con la esperanza de ver libre al pájaro que vive prisionero dentro de todos nosotros Granada, 23 de septiembre de 1978 Carlos Cano
No es necesario subrayarlo. Es totalmente innecesario explicarlo: esta indagación de Carlos Cano, no es una indagación histórica. Si hemos de hacer caso al aforismo atribuido a Aristóteles, según el cual,
"La historia explica lo que pasó. La poesía lo que tenía que haber pasado"
no cabe duda de que Carlos está inequívocamente del lado de la poesía. La suya es una indagación poética. Situado en ese territorio, corre el ineludible riesgo de que los expertos en sensibilidades se lancen sobre su obra, pertrechados de su arma predilecta, la intuición, para descubrir, inevitablemente, que el disco de Carlos es una zambullida plena en 'los orígenes del espíritu andaluz'. Y proclamarlo impertubables, como si ese presunto 'espíritu andaluz', fuese un ente histórico realmente existente.
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Desde mi punto de vista, situado al otro lado, al lado de la historia, lo que pasó, lo que sucedió concretamente hacia 1492, es que un proyecto ideológico y político de naturaleza totalitaria se impuso a los habitantes de la península, desde el gobierno de los Reyes Católicos. No estoy hablando de las monarquías absolutas que se extienden en Europa durante la Edad Moderna. El absolutismo y el despotismo (ilustrado o no) de la Edad Moderna, no es necesariamente totalitario, no es necesariamente incompatible con la pluralidad.
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El régimen impuesto por los Reyes Católicos no tiene nada que ver con ese absolutismo monárquico de la modernidad. No está dirigido a la supresión de fronteras. No está dirigido a la unificación legal. No está dirigido, ni siquiera, a una verdadera centralización del poder. El proyecto de los Reyes Católicos no está orientado a la creación de un Estado Moderno, sino a la creación de un Imperio Cristiano Universal de raigambre puramente medieval.
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Para ellos no se trataba de unificar bajo una misma ley y bajo un mismo mercado a hablantes de distintas lenguas y a creyentes de distintas religiones. Para ellos se trataba de unificar bajo una misma fe y bajo una misma lengua a gentes de leyes distintas en cada territorio (Fueros) organizadas económicamente en mercados aislados. Su gobierno estuvo dirigido prioritariamente a la unificación religiosa. A la imposición de un pensamiento único. ·
Obviamente, Carlos Cano se posiciona en este disco de una manera radical contra ese proyecto totalitario. Lo que Carlos Cano pone sobre la mesa de debate con sus Crónicas Granadinas, es la idea de que cualquier proyecto de convivencia democrática que no sea un proyecto efímero y huero, tiene que asentarse en la renuncia a todo totalitarismo. Que oponerse al totalitarismo franquista, supone necesariamente oponerse también al totalitarismo medieval de los Reyes Católicos.
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Su voz de alarma, su 'canto amargo' 'desde el desencanto de los días presentes' es una advertencia de que el proceso constituyente, que discurría paralelo a la grabación de su disco, no estaba conduciendo, a su juicio, a la reconciliación de todas las partes en conflicto. La ponencia constitucional estaba articulando un acuerdo de reconciliación entre azules y rojos. Pero ni por asomo, se percibe la voluntad de poner fin al antiguo conflicto que está en la base de todas las formas que el totalitarismo ha adoptado históricamente en España.
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Y Carlos avisa, con un Bando de pregonero: hay españoles que no cantan, ni rezan, ni hablan en castellano. Hay españoles que viven en un eterno y forzado exilio, que lo hacen en árabe, en hebreo o en ladino, que no están siendo parte del pacto constitucional, que no están siendo incluidos en el proyecto de reconciliación
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Lo que Carlos Cano encuentra a la altura de 1978, no es ningún presunto espíritu andaluz. No constituye ningún hipotético viaje a los 'orígenes'. Es una genial e íntima observación de su presente. Y es en ese presente donde encuentra que, en su entorno, en su casa, en la calle, en las fiestas y en los duelos de sus gentes, no de sus antepasados, sino de sus coetáneos, hay músicas y letras de canciones y cantares, pero sobre todo músicas, que han escapado a esa voluntad totalitaria y están presentes en su vida, en nuestras vidas.
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Confiesa que él no es un musicólogo, que no es investigador de músicas antiguas, pero ello no constituye ningún obstáculo para que se atreva a reconocer, con pleno acierto, que en su disco le parece que "hay raíces muy judías, muy hebreas; también tiene raíces muy arábigas y muy andaluzas, en el sentido que se entiende de canción popular y del flamenco." ·
Las músicas de los excluidos. Las músicas de los expulsados. Las músicas de los perseguidos. Músicas que estaban ahí, entre nosotros, pese a que no parecía que estuviesen ellos: sus autores y sus protagonistas. Músicas que no se extinguieron. Que estaban vivas en el momento de cantarlas. Músicas que no han sido recuperadas mediante la indagación arqueológica rigurosa de las partituras, los cancioneros y los instrumentos antiguos. Músicas que se han tomado del presente en el que se graba el disco.
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El mérito de este disco de Carlos Cano y la explicación de su popularidad en ese momento, no reside en haber rescatado una música perdida y olvidada, trayéndola desde un remoto pasado. Su mérito reside en tomarla de su presente identificándola, reconociéndola. Mostrando, sin necesidad de demostrarlo, que esa música es nuestra, a pesar de ser de ellos, porque ellos son una parte de nosotros, porque nosotros también somos ellos.
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El mérito de este disco, consistió en sacar de la clandestinidad elementos culturales que se quedaron aquí y que permanecían vivos. Elementos culturales que han sobrevivido bajo diversas formas, bajo distintos disfraces. Mi opinión es que Carlos no 'viajó al pasado' a rescatar del olvido canciones perdidas. Se limitó a quitarle la máscara a lo que habitaba entre nosotros a hurtadillas, a lo que permanecía entre nosotros de riguroso incógnito.
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Todo el disco de Carlos es una invocación a la memoria. Una llamada al recuerdo de que hubo tiempos en los que pluralidad y españolidad, no fueron conceptos opuestos y antagónicos, sino todo lo contrario.
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La pluralidad religiosa, la diferencia étnica, la multiculturalidad, constituyó una cualidad, una virtud, asumida en un proyecto de integración que tuvo su diseño más acabado en la obra de Alfonso X El Sabio. Fue un proyecto fallido, muy distinto al que triunfó, finalmente, en 1492 con la Toma de Granada por los Reyes Católicos. Frente al proyecto alfonsino de una España integradora de la diversidad, Isabel y Fernando se erigieron en representantes de un proyecto totalitario que solo podía llevarse a cabo mediante la exclusión, la expulsión y el exterminio de todo aquello que fuese diferente a la catolicidad que ellos impusieron como cimiento único de la unidad.
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Pero fracasaron rotundamente en sus propósitos. Casi 500 años más tarde, en 1978, Carlos Cano entonaba en árabe este Canto del Amanecer. Y lo mas grandioso y extraordinario de este canto es que no resultó una novedad exótica. Era, sencillamente, una música nuestra, una música familiar. No sabíamos lo que decía. Ni falta que nos hacía saberlo. Era, sencillamente, una música coherente con los muros de las casas de nuestras calles. Una música que emanaba con naturalidad, que fluía sin artificio del tejido urbano de Granada.
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La gran aportación de Carlos fue mostrar, con ese Canto del Amanecer, una especial relación de propiedad patrimonial: no es que nosotros, los granadinos, los españoles, fuésemos de esa música. No es que fuésemos fans, seguidores fanáticos y fanatizados de la simbología musical de un determinado credo religioso. Nosotros no eramos arabófonos, ni musulmanes, ni seguidores de Jomeini (¡menudo disparate!). No es que nosotros, los granadinos y los españoles que escuchábamos complacidos y sin histerias el Canto del Amanecer fuésemos miembros del 'bando de los moros'. Nada de eso.
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Lo relevante de todo aquello no era que nosotros fuésemos de esa música, que no lo éramos, sino que esa música, era nuestra. Es lo que tiene instalarse a vivir en una frontera, ya sea geográfica, político-militar, intelectual o emocional. Que los habitantes de uno y otro lado, combatientes ocasionales, pero siempre vecinos, acaban siendo mestizos: co-propietarios de ciertas cosas que, en principio, podrían parecer distintivas y exclusivas de uno de los bandos.
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Tengo la sospecha de que Al-Idrisí fue uno de esos mestizos de la frontera oriente-occidente que separaba al mundo del siglo XI entre moros y cristianos. Tengo la certeza de que Carlos Cano fue un mestizo vocacional situado entre las muchas fronteras de su siglo. Seguramente por eso me gusta tanto ver los mapas del uno como escuchar las canciones del otro.
· Porque entre puros de retaguardia y mezclados de frontera, entre estrictos y tolerantes, entre combatientes y currelantes, yo siempre elijo a los segundos. Son más amables. Más divertidos. Y sobre todo, más de fiar, menos peligrosos.
Cuando hace unos años inicié el diseño de este blog, me parecía casi imposible encontrar unas imágenes que sirvieran de cabecera y unos sonidos que ilustrasen el contenido del apartado que pensaba dedicar a presentar archivos de audio (canciones, discursos, conferencias o entrevistas) es decir, a los documentos sonoros que habían de conformar una buena parte de los recursos didácticos a emplear en la enseñanza de la Historia. Buscaba imágenes y músicas que tuviesen alguna relación, aunque fuese remota, con la figura del al - Idrisi.
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Recordé que hacía poco tiempo había visto la película griega de Tassos Boulmetis "Politiki Kouzina", estrenada en el 2003 y distribuida en España con el título de 'Un toque de canela'. Una secuencia específica había llamado poderosamente mi atención: Cuando el protagonista de la historia recibe la noticia telefónica de que su abuelo -al que no veía desde los 7 años- está enfermo, toma la decisión de viajar desde Grecia a Estambul para visitarlo.
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La noticia había desatado sus recuerdos infantiles y su memoria nos trasladaba a 1959, en lo más alto del cielo de Estambul, donde un muecin encaramado a un alminar entonaba su canto de llamada a la oración. Desde allí, la cámara emprendía un vuelo rasante por los tejados de la ciudad permitiéndonos identificar a su paso la realidad multicultural de una ciudad habitada por turcos musulmanes y griegos ortodoxos, pero también por armenios y judíos.
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Pocos años antes, el 7 de septiembre de 1955, en una jornada conocida como los disturbios de Estambul, una masa enfurecida de turcos, probablemente organizada por el ejército en connivencia con el Partido Demócrata Turco, había atacado y acosado durante nueve horas a los miembros de las minorías residentes en la ciudad y, especialmente, a los 150.000 griegos que todavía vivían en ella. Fue el comienzo de un progresivo y continuado éxodo de los griegos de la ciudad del Bósforo que, en la actualidad, no llegan a los 2.500.
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Esa agresión y la huida consiguiente, conforman la base del drama emocional en torno al que se articula la trama de nuestra película: el protagonista, un deportado a Grecia en su niñez, a causa de esos disturbios, se ve impelido a regresar a Estambul a causa de la enfermedad de su abuelo. Alli se topará de bruces con su pasado, recordando las enseñanzas de su abuelo, cuajadas de referencias a la composición de las palabras (la palabra gastrónomo incluye la palabra astrónomo - lo que a su juicio establece una evidente relación entre lo que sucede en el estómago y en el universo-) o de perspicaces observaciones acerca de cómo a las especias usadas en la cocina, se les podían atribuir propiedades y poderes extraordinarios en las relaciones humanas mas relevantes: las amorosas y las bélicas (el comino es una especia fuerte que vuelve a los hombres poco comunicativos, mientras que la canela invita a mirarse a los ojos y a la conversación; la canela es dulce y amarga a la vez, como todas las mujeres; las especias están en el fondo de las más importantes guerras de la Historia...)
Mientras visionaba de nuevo la película en busca de la secuencia, me complacía en imaginar, sin ningún fundamento histórico, que el Idrisi, el geógrafo protagonista de mi blog, bien pudo haber tenido a lo largo de su vida experiencias sensitivas análogas a las del astrónomo protagonista de la película. Los dos dan el perfil de ese tipo de anti-héroe que cuando se les pone en la tesitura de enfrentarse a sus semejantes, a sus vecinos, en una lucha a muerte por la defensa de supuestos valores patrióticos o religiosos, rehuyen la lucha, se arriesgan a ser tenidos por traidores a los suyos y, sin embargo, abandonando la superstición y entregándose a la ciencia, se convierten en sabios benefactores de toda la humanidad.
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Me complacía en imaginar que también Al Idrisi, como tantos otros personajes de la Historia que han crecido en ambientes de sincretismo cultural espontáneo, en tiempos de enfrentamientos civiles y religiosos, pudo haber recordado su niñez en algún momento de su estancia en la corte cristiana de Palermo, haciendo volar su memoria a los minaretes de su Al-Andalus natal donde los almuedános (literalmente, 'gritadores') llamaban reiteradamente a la oración.
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Fue así como decidí que las imágenes y los sonidos de esa secuencia, extraidos de su BSO, podían y debían ser incorporados al post inaugural de mi fonoteca. Me resultaba creible que el Idrisi pudiera haber vivido y recordado escenas similares. No en vano, muchos siglos más tarde, en otro extremo del mediterráneo, otro mestizo de frontera llamado Carlos Cano, completaba el eje Estambul-Palermo-Granada y recordaba también, en abierta rebeldía contra el nacional-catolicismo, un canto al amanecer que, posiblemente, despertaba hace mil años a las gentes del recién nacido Reino de Granada.